En las últimas décadas, la salud mental ha ganado gran terreno dentro del panorama general
de la salud; de acuerdo a las cifras mundiales, la prevalencia de los trastornos mentales continúa
en aumento, a saber: la depresión (300 millones de personas), el trastorno afectivo bipolar (60
millones de personas) y la esquizofrenia (21 millones de personas), son las psicopatologías con
mayor prevalencia a nivel mundial, afectando en conjunto a más de 921 millones de personas
(Organización Mundial de la Salud, 2017).
Debido a estas cifras, la importancia e implicación que tiene la salud mental en las distintas
esferas individual, grupal y comunitario es reconocida y divulgada a nivel mundial y regional por
la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de Salud (OPS),
respectivamente. De esta forma, las guías que aportan estas grandes organizaciones constituyen,
para los gobiernos nacionales, los principales referentes a considerar en la elaboración de políticas
y modelos a seguir para el abordaje de los temas de salud mental, algo que tiene sus repercusiones
también en el ámbito de la educación superior.
Tomando en cuenta el concepto “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y
social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS, 2006: 1), la salud mental
se plantea como parte integral de la salud, y al respecto agrega: “la salud mental es concebida como
un estado de bienestar en el que el individuo realiza sus capacidades, supera el estrés normal de la
vida, trabaja de forma productiva y fructífera, y aporta algo a su comunidad” (OMS, 2013: 7).
Partiendo de esta visión, la salud mental supone una serie de factores de los cuales depende y
por los cuales podría verse afectada; en concordancia con esto, la OPS (2009) indica que la salud
mental está estrechamente relacionada con el bienestar personal, familiar y comunitario; es decir
que el paradigma de entender la salud en general desde un punto de vista unitario, va quedando
atrás por parte de las instituciones.
A raíz de esto, en Ecuador se ha venido implementando un sistema de salud que recoge estos
aportes en un modelo de atención integral de salud (MAIS), cuyos cambios principales se orientan
a incorporar un enfoque biopsicosocial, multidisciplinario e intercultural desde donde se pueda dar
una respuesta más efectiva a los problemas de salud, en los cuales se enmarcan también los
problemas de salud mental.
No obstante, dado que el Sistema Nacional de Salud durante varias décadas se caracterizó por
estar centralizado y fragmentado en el abastecimiento de servicios de salud pública, y en el que
principalmente prevaleció de forma aceptada un enfoque biologicista, centrado en la enfermedad
y la atención hospitalaria con una organización de corte vertical que limita la posibilidad de una
atención integral e integrada a la población (MAIS, 2012); son evidentes las dicultades que existen
actualmente en la aplicación del modelo integral de salud producto de este legado que aún persiste.
De esta forma, dentro del sector público, generalmente se reeja un tipo de atención caracterizada
por un enfoque biomédico que, por extensión, engloba también la atención psicológica (evaluación,
diagnóstico y tratamiento), la cual, además, está inmersa dentro de un sistema que impulsa a llevar
a cabo una práctica mecanicista y centrada más en la producción que en la calidad de los servicios
EDITORIAL
Revista arbitrada de la Facultad de Ciencias de la Salud de la ULEAM
Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí
ISSN 2773-7438
VOLUMEN 2 NÚMERO 2 JULIO-DICIEMBRE 2022 Pág 5
SALUD Y SALUD MENTAL: NUEVAS PERSPECTIVAS